viernes, 25 de mayo de 2012

Pequeño trayecto en coche.

Cabeza pegada a la ventana. Mano aguantando mi cara. Observo los colores fluyendo. Las hojas caídas de los árboles mimetizadas con la tierra del suelo. Todo parece sacado de una película. Juego a pensar que son vidas abandonadas por Dios. Me río. Las comparo. Veo lo insignificantes que son. Vuelvo a reír. ¿Por qué le dan tanta importancia? Vuelvo a pensar. Ahora estoy en una canción. Un videoclip. Una película. No lo sé. Huelo a nostalgia. Tristeza. Aroma a soledad. Respiro. Me sonrojo. Recuerdo tus caricias y me rompo. Noto el frío del cristal. Mi vaho plasmado en él. Se convierten en uno. Se confunden con la niebla. Terror. ¿Tim Burton y sus películas? Me habrán raptado. La música hace más llevadero todo esto. Árboles. Naturaleza. Equilibrio. Sueño que soy una niña. Una pequeña bruja con rama por escoba. Dibujo símbolos en el suelo. Pienso que son hechizos. Recuerdo que son garabatos. Vuelvo a mí. Descubro la verdad. Más frío. Rocas. Asfalto. Todo gris y verde y marrón. Quizás algo de blanco. Pinceladas confusas. Una tubería rural que transporta no sé qué a no sé donde. Incertidumbre. Noche. Nubes. Todo oscuro. Todo yo. El coche acelera. Se confunden más los elementos. Ruedas. Frenadas. ¿Gritos? Estruendo. Dolor. Frío y calor. Adiós. Vacío. Nunca. Siempre.

Quiero demostrarle al mundo.

Quiero tatuarme toda, arañarme, recortar mi silueta y mi alma para demostrarle al mundo que no soy como él quiso siempre. Que no tendré todo aquello que deseó para mí. Ya no soy esa niña que necesita sus cuidados, o tal vez sí, porque sigo perdida en él, en ella, en todos y en nada. Hago enumeraciones inútiles de personas a las que quiero y esas que odio, soñando despierta con despedazar todo lo que encuentre a mi paso, sin ser capaz de matar una mísera mosca. Requiero cuidados que rechazo y aborrezco, vivo con miedo de que esa corrupción que tanto deseo algún día me haga suya. Defraudo a todos sin quererlo, soy torpe a más no poder. Deseo pero no intento cambiar ese mal y esa tristeza que me invaden constantemente...

Quiero demostrarle al mundo que él tampoco es como yo soñé. Enseñarle su oscura corrupción que hiede a podrido, a político y a crimen y a moral y a todo. Olores espantosos que nublan lo poco hermoso que le queda y que muchos ignoran e incluso odian.

Quiero demostrarle al mundo que nunca nada sale como uno lo planea.

Volver a empezar.

Aplastada por el peso de tu amor me hallo, arrancando a cachos tu espalda mientras me ahoga el flujo incesante de tu fuente, me pego más a ti para que ese calor termine de quemarme, me desintegre y me complete. Ese peso que siento sin dolor, disfrutando de todo ese aire que me falta y que tú me regalas a bocanadas. Se me clava tu alma como la espada de un asesino, robando o regalando, vidas intermitentemente, a veces más cerca a robar, otras con el paquete en las manos...
Y así te conviertes en preso, atrapado en mi, sin poder escapar de esta cárcel conjunta creada por ambos. Unidos para siempre durante una cantidad de tiempo insignificante, insuficiente, convirtiéndose en un ritual satánico, jugando con vidas, invocando al diablo a un juego de dos, de azar, de miles de personas. Una forma de llegar a sitios prohibidos sin la necesidad de estar muerto pero que una vez que lo descubres, que lo pruebas deseas morir una y otra vez, que no acabe, que este baile siga eternamente, que muera con el Tiempo, que no cese, que termine para volver a empezar...

Cuando ese momento llegue.

Una tras otra se van clavando las agujas en mi piel, millones, para recordarme porqué te quiero, porqué te quise y porqué te querré. Ese caluroso infierno que es tu cuerpo contra el mío, que me transmitía el más sincero de los placeres, el más lujurioso de los amores y la más mentirosa verdad. Esa que me hizo enamorarme de ti de una forma incondicional y que ahora me ha tirado a no sé donde, cual escupitajo fuere, olvidando mi procedencia y mi devenir, sin saber qué hacer conmigo, sin esa vida que me robaste, sin sentir ni padecer absolutamente nada.... Nada... Eso es lo que soy ahora, no me siento, no me noto, no me escribo ni me acuerdo de mi. No existo en otro lugar que no sea tu cama, ese bendito infierno del que algún día intentaré escapar, cuando me canse de ser durante media, quizá una, hora. Cuando tus brazos centinelas se despisten y me dejen morir en paz, cuando desee mirar más allá de este oscuro y vacío mundo compuesto solo por nosotros. Y cuando ese momento llegue no tomaré ninguna decisión, me quedaré muda, sorda, ciega y muerta; no querré ir a ningún lado sin tu olor, sin esos momentos que me mantienen en pie... No querré ir a ese presunto cielo de dudosa existencia.